Si alguien me pregunta qué es la sociología
Muy buenas tardes. Mi nombre es Víctor García y soy casi egresado de la Maestría en Sociología del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Ibero.
Antes que todo me gustaría agradecer a la Dra. Teresa Márquez por la invitación a este evento de Iniciados de la Línea de Investigación Sociología de la Cultura, como parte del Coloquio de Tesistas.* Lo que voy a abordar en los siguientes minutos tiene que ver con mi investigación y la tesis que realicé en la Maestría, pero no de manera directa. De modo que si esperan que hable sobre identidad, Instagram, Youtube y Facebook, entonces van a quedar decepcionados. Voy a hablar de una cuestión fundamental, al menos formalmente dentro de la disciplina, que no es más que mi propio carácter como sociólogo en la labor académica que he estado desarrollando. Como parte del proceso de investigación surgieron algunas meta-preguntas sobre mi propio desempeño: ¿Qué significa hacer sociología? ¿Cuál es el rol del sociólogo en la sociedad? Las interrogantes que detonaron esta reflexión tuvieron que ver mucho con el carácter interdisciplinario de mi investigación. Al enfoque sociológico de la misma se le conjugan elementos de la filosofía, la antropología social, los estudios culturales, un poco de arte, con un estilo ensayístico que, al final, es el medio con el que me interesa trabajar en el futuro. Este carácter interdisciplinario hizo que me cuestionara precisamente qué le correspondía a cada disciplina que se entrecruzaba en mi tesis. Es decir, cuáles eran los límites sociológicos, antropológicos, filosóficos que se dejan entrever. Hasta dónde llegaba uno y comenzaba el otro; o en qué medida se yuxtaponían, se suplementaban o se contraponían estas disciplinas. De ahí que la pregunta que en realidad está de fondo a estas tres es: ¿Qué es ser un sociólogo? Una pregunta que puede parecer obvia pero que todavía nos pone en aprietos a algunos cuando una persona alejada de estos temas nos la hace.
Libros enteros se han escrito para tratar de responderla, pero aquí no nos interesa hacer todo un análisis concienzudo sobre los presupuestos epistemológicos de la sociología, como lo ha hecho Bourdieu en El Oficio del Sociólogo, ni de su carácter ontológico dentro de las demás disciplinas sociales. Es complicado determinarlo. Porque cuando uno va desmenuzando la disciplina, haciendo las definiciones, estableciendo las diferencias, observando las distinciones, se encuentra con que la sociología comparte todos o casi todos los objetos, campos y metodologías de estudio con otras “ciencias” -y lo pongo entre comillas-, como la historia, la política, la antropología, la filosofía, la estadística, las matemáticas, e incluso la psicología. Algunos podrán pensar que esto hace de la sociología una disciplina que bien se podría insertar en otra sin más, pero a mí, al contrario, me parece que en realidad la sociología es la más generosa de las disciplinas sociales, la más generosa y la menos celosa, ya que es la única que se atreve a compartirse en su totalidad sin dejar de ser la base de las demás disciplinas. En este sentido, la sociología es también la más amplia y la más específica de las disciplinas sociales, porque mientras hace lo que hacen otras disciplinas, es la única que aborda el estudio de la sociedad en cuanto sociedad. Lo cual también es problemático porque luego surge el tema de definir qué es lo social separado de todo lo demás, especialmente si asumimos, como los constructivistas, que todo lo que conocemos es construcción social. ¿Lo político no es social, o lo histórico, lo que se refiere a las emociones o, incluso, los procesos psicológicos? (Sobre esto último diría Durkheim que no.) A veces me pregunto, por ejemplo, qué pasaría si Foucault, quien supuestamente es el autor o uno de los autores más citado por los científicos sociales, llegara hoy en día a aplicar a la FLACSO con un trabajo como el de la Historia de la Sexualidad. ¿Lo aceptarían? O lo mismo si fuera a pedir fondos al CONACYT para realizar esa investigación. Me lo imagino llenando el formulario, tratando de encontrar el área de estudio. Y es que si volteamos a ver la génesis de la sociología encontramos que desde sus inicios, incluso antes de su formación como un campo autónomo de conocimiento a partir de Comte, Durkheim y los demás, la sociología es una disciplina intrínsecamente, inherentemente inter y multidisciplinar. ¿Qué era Marx? ¿Filósofo, economista, sociólogo? ¿Todos? ¿Un poquito de cada uno? ¿Cuándo Marx hace su teoría del plusvalor se refiere sólo a un fenómeno económico, o también a uno social e histórico? Por eso me parece que la carencia de una identidad sólida en el carácter de la sociología como disciplina es su mayor ventaja, porque no es una disciplina determinada, acabada, sino una que sigue en formación, que siempre se está construyendo. Y por ello los sociólogos tenemos que estar atentos a lo que hacen las demás disciplinas, para abonar a nuestro propio trabajo. Por otro lado, ¿qué pasa con el sociólogo? Si bien la sociología, como ya vimos, es fundamentalmente interdisciplinaria, parece que entre los sociólogos, sobre todo en la academia, que es su mayor reino, el hábitat de la fauna humanista, no se fomenta muchas veces esa interdisciplinariedad. Los sociólogos, así como muchos otros estudiosos de las humanidades en general, vivimos enclaustrados en una torre de marfil desde la cual cómodamente nos encontramos diagnosticando los males de la cultura, y trazando rutas de acción que generalmente se quedan en el papel. O, en el otro extremo, encontramos al académico a sueldo cuya supervivencia depende de constatar con numeritos o códigos cualitativos una realidad que desde antes quería “demostrar” -o legitimar sociológicamente- quien firma los cheques, ya sea una institución privada o alguna instancia de gobierno. ¿Dónde está el sociólogo que también se atreve a ser una figura pública? El que sale de su zona de confort para cuestionar realidades en la cara del político, del empresario explotador, del rector universitario. No se trata de que todos los sociólogos sean activistas ni mucho menos, de hecho creo que a veces los sociólogos activistas son los que más alejados están de la realidad porque precisamente son más cercanos a cierta ideología que les nubla la vista. Me refiero al sociólogo que difunde su palabra, el que traduce significados a quienes no cuentan con una jerga cargada de teoría, a quienes necesitan un empujoncito para poder tomar conciencia de sí mismos, pero también al sociólogo que escucha, se hace a un lado y aprende. El peligro del sociólogo en la academia es que su labor puede caer fácilmente en un círculo vicioso: realiza una investigación “impuesta”, escribe un artículo que otros como él revisan y arbitran para publicarlo en un lugar al que nadie va a tener acceso, más que ellos mismos, o más que otros sociólogos en formación a quienes les piden echarse un clavado en los papers para aprender el arte de los abstract, las palabras clave, la citación en APA, etc. Es decir, se trata de aprender las formas y los ademanes adecuados, las palabras acertadas, los temas de interés, los autores sagrados, las objetos dignos de estudiar para ganarse un lugar en una oficina en la universidad. Esto sin mencionar la “publicatitis” que se le exige a los investigadores, o el andar pepenando citas al final del año para cumplir con los cada vez más rígidos parámetros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), o ver a quién arrimarse para conseguir financiamiento, o el cumplimiento de una “eficiencia terminal”, término que siempre me pareció más cercano al diagnóstico de un cáncer que hace un doctor que al egreso de una generación de estudiantes de posgrado. Me pregunto si no hay otro modelo posible. Uno que tal vez sea equivalente al de un artista que crea por el compromiso de crear, porque no puede vivir sin crear, porque cada día que pasa y no expresa algo es un día que le duele. Un sociólogo que analiza la sociedad porque no puede ver la sociedad de otra manera, porque su mirada ya se estropeó y ahora no puede dejar de preguntarse lo obvio, que de verdad asuma su papel como el aguafiestas de la reunión, el que le quita el chiste a todo porque señala lo que está de fondo, el que va narrando los rituales que suceden frente a él como un comentarista que narra un partido de fútbol, el que escribe con el lector en mente, pero con el corazón en las manos, al que no le importa publicar aunque tenga que omitir los árbitros y el ISBN, al que no le importa expresar cuestionamientos sin el miedo a pisar algún callo. Si alguien me pregunta qué es la sociología, esa es la respuesta que voy a dar.
*Este texto fue presentado en la primera edición de Iniciados, un espacio de intercambio de la Línea de Investigación de Sociología de la Cultura del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana de México. Como parte de las actividades del Coloquio de Tesistas, el encuentro permitió que egresados destacados de la Maestría en Sociología compartieran reflexiones y experiencias en torno a sus respectivas investigaciones.