Georg Simmel versus el urbanita latinoamericano
El texto corresponde al ensayo final elaborado por César para la materia optativa "Sociología de la cultura" en el periodo 2014-O impartido por la Dra. Teresa Márquez. Fue publicado ese mismo año por el autor en su blog personal Nada me basta.
César Nureña es antropólogo. Se tituló en la maestría en sociología y regresó a vivir a Lima, Perú, donde actualmente cursa el doctorado en ciencias sociales en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Se publica con autorización expresa del autor.
Contacto: cnurena@yahoo.es
En su clásico ensayo de 1903 titulado “La metrópolis y la vida mental”, el sociólogo alemán Georg Simmel sostiene que diversas condiciones de la vida urbana moderna operan para constituir a un tipo de individuo con rasgos mentales muy particulares, que lo diferencian de los sujetos del mundo rural y de los de épocas pasadas, ya sea por los efectos psíquicos que sobre este nuevo urbanita produce la sobreexposición a intercambios y estímulos sensoriales en la ciudad (propiciando una actitud individualista, indiferente y reservada que privilegia el lado intelectual), como también por el cálculo, la despersonalización y la racionalización de la vida y el trabajo impulsadas por la economía monetaria.
No obstante, si analizamos las características sociales, culturales o “psíquicas” de los habitantes de las ciudades latinoamericanas más modernas y más densamente pobladas de hoy, veremos que aquel individuo urbano que nos presenta Simmel, bajo la forma de un “tipo ideal”, es más bien atípico en la mayoría de las grandes urbes de América Latina, donde –por el contrario- el tipo de sujeto predominante es aquel que valora la reciprocidad y la calidez en las relaciones sociales (antes que los intercambios despersonalizados), y que en variados ámbitos de su vida actúa guiado por afectos, sentidos e ideales colectivos que se resisten a ser desplazados por el cálculo y la racionalidad de la economía monetaria.
Para entender las diferencias entre el urbanita de Simmel y el latinoamericano, es importante tener en cuenta que este autor, al construir su modelo conceptual, se basó en las condiciones sociales y económicas del Berlín de fines del Siglo XIX, en pleno auge de desarrollo industrial y crecimiento poblacional [1]. En América Latina, solo en raros casos se han dado procesos similares de desenvolvimiento productivo y tecnológico, que además no han alcanzado la profundidad, envergadura y significación de lo ocurrido desde aquellos años en Berlín y en muchas otras ciudades industriales europeas y estadounidenses.
En este ensayo me propongo exponer esta inadecuación de las categorías de Simmel para el estudio de fenómenos sociales y culturales en contextos urbanos de América Latina. Para esto, revisaré en primer lugar sus ideas sobre las características mentales del urbanita moderno, concretamente las maneras de concebir y gestionar el tiempo y los acuerdos, y las contrastaré con algunas pautas comunes de interacción social observables en la Ciudad de México y en Lima [2]. Así, mediante un análisis de las formas, contenidos y códigos que entran en juego en una serie de interacciones, mostraré que en éstas opera una lógica subyacente modelada por afectos, consideraciones morales y representaciones sociales que remiten a ciertos valores colectivos culturalmente arraigados y apreciados por la sociedad. Esto último me permitirá plantear una discusión acerca de cómo estas representaciones entran en tensión con distintos ideales de racionalidad, y cómo dichas tensiones pueden dar pié a la formación de prejuicios y estereotipos sobre los latinoamericanos.
El urbanita en la teoría de Georg Simmel
Analicemos punto por punto a qué se refiere Simmel cuando habla de racionalidad, específicamente en relación con el tiempo y los acuerdos en el marco de las relaciones sociales. Según él, en la gran urbe moderna, la economía monetaria conduce a que todos los elementos de la vida del individuo urbano adquieran una “nueva precisión”, es decir,
“una certeza en la definición de las identidades y de las diferencias; y una falta de ambigüedad en los pactos, tratos, compromisos y contratos. Una manifestación externa de esta tendencia hacia la precisión es la difusión universal de los relojes de pulsera” (cursivas añadidas) [3].
Como vemos, cuando Simmel nos habla de “precisión” no se refiere únicamente a la claridad en los mensajes intercambiados (“falta de ambigüedad”), ni solo al cumplimiento de los acuerdos, sino también a la gestión racional del tiempo, incluyendo la puntualidad, pues debido a la variedad y complejidad de las relaciones y negocios del habitante de la ciudad, “sin la más estricta de las puntualidades en sus promesas y servicios toda la estructura se disolvería en un caos inextricable” (énfasis añadido) [4].
Para el moderno urbanita berlinés, esta “necesidad” de ser ordenado, cumplido y puntual “está dada por la integración imperativa de un agregado muy grande de personas con intereses diferenciados en un solo organismo altamente complejo” [5]. En otras palabras, la densidad y diversidad poblacional en el entorno urbano hace necesaria la imposición de un orden normativo y temporal en las relaciones. Y agrega Simmel:
“Si únicamente los relojes de Berlín se desincronizaran por tan sólo una hora, las comunicaciones, la vida económica de la ciudad toda se derrumbaría parcialmente por algún tiempo. Amén que un factor meramente externo, las grandes distancias, traería como consecuencia que toda espera y toda cita rota resultasen inaudita e insoportable pérdida de tiempo. De esta forma la técnica de la vida metropolitana es sencillamente inimaginable sin una integración puntualísima de toda actividad y relación mutua al interior de un horario estable e impersonal(cursivas añadidas)” [6].
Como “la economía monetaria y el predominio del intelecto están intrínsecamente conectados”, el sujeto metropolitano gestiona su “trato con los hombres y las cosas” desde una mirada “intelectualista” y calculadora (mientras que en los pueblos y pequeñas ciudades la norma son las “relaciones emocionales profundas”). Como la economía llena la vida de la gente de la ciudad con operaciones de cálculo, peso y determinaciones numéricas, el urbanita moderno, “en vez de actuar con el corazón, lo hace con el entendimiento”:
“Es así como el hombre metropolitano juzga a sus abastecedores y a sus clientes, a sus sirvientes domésticos y, algunas veces, aun a las personas con las que está obligado a tener relaciones sociales. Estas características de la actitud intelectual contrastan con la naturaleza de los pequeños círculos, en los cuales el conocimiento inevitable de la individualidad necesariamente produce un tono más cálido de comportamiento…” [7].
Vemos aquí que los vínculos sociales de tipo más “cálido”, referidos a los lazos emocionales y amicales, se restringen al ámbito de los “pequeños círculos”, compuestos por los familiares y amigos más cercanos. Con el resto de las personas, las relaciones pasan más por evaluaciones del intelecto. Además, la proximidad de la gente en las ciudades hace que sus habitantes desarrollen un comportamiento social caracterizado por actitudes impersonales, reservadas y de indiferencia basada en el hastío (o actitud blasée).
“Si uno respondiese positivamente a todas las innumerables personas con quien se tiene contacto en la ciudad… uno se vería atomizado internamente y sujeto a presiones psíquicas inimaginables. [...] el núcleo de esta reserva externa no es sólo indiferencia sino –y esto en un grado mayor de lo que uno cree- que contiene una ligera omisión, un rechazo y extrañeza mutuos...” [8].
Desde este enfoque, tal “antipatía latente”, con sus distancias y aversiones, favorecería el desarrollo del individualismo y la libertad personal [9].
Perú y México: concepción y manejo del tiempo y los acuerdos en el medio urbano
Definido en los términos que apreciamos en el apartado previo, el sujeto urbano racional, puntualísimo, metódico y emocionalmente distante que nos presenta Simmel es más bien un personaje raro en el paisaje social de las urbes latinoamericanas de hoy, aún cuando en muchos casos éstas superan varias veces en población al Berlín de 1900 y se encuentran en países con economías mayormente “capitalistas”. Desde luego, hay también en esta región individuos que se asemejan al modelo de Simmel, pero difícilmente se podría decir de ellos que son los latinoamericanos típicos.
En su columna de opinión en un diario peruano, el psicoanalista Jorge Bruce identifica como un rasgo “clásico” de la “idiosincrasia” peruana una cierta tendencia a dejar las cosas sin definición, irresueltas, en el limbo de la incertidumbre. Para Bruce, esta característica se puede graficar con la pregunta: “¿Cierro la puerta al salir o la dejo abierta?”, ante lo cual el peruano “típico” respondería: “Júntala nomás”. Es decir, “Ni fu ni fa. Ni chicha ni limonada. No te digo que sí, pero tampoco que no. Tú verás. Hablamos” [10]. Nótese el enorme contraste entre esta pauta y aquella del berlinés que otorga gran importancia a la “precisión” y la “falta de ambigüedad” en el trato cotidiano. Esta diferencia se puede apreciar también en lugares como la Ciudad de México. Según numerosas fuentes [11], los códigos de etiqueta social entre los mexicanos incluyen formas diversas y complejas para evitar decir que “no” de manera directa en muchas situaciones de interacción social. Por ejemplo, tenemos aquí el relato de un articulista mexicano, asesor de negocios con empresas estadounidenses:
“Fue una hora de presentaciones en la que mis compatriotas mostraron mucho interés e hicieron bastantes preguntas. Al terminar, el ejecutivo mexicano de mayor nivel en el grupo dijo: ‘Mañana les llamamos a ver si ya cerramos el trato.’ Ya solos, el norteamericano al frente de la negociación me dijo: ‘¡Nos fue muy bien! ¡Mañana cerramos el trato!’ Y tuve que darle la mala noticia. En mexicano, ‘mañana’ sólo quiere decir ‘hoy no’. Y lejos de ser una garantía de un sí, es casi una garantía de un no. Y así fue. Mis compatriotas dijeron ‘mañana’ otra vez al día siguiente, y al siguiente y así sucesivamente hasta que los norteamericanos se dieron por vencidos. Dijeron que no sin decir que no. Una de las particularidades de nuestro ‘dialecto’ local mexicano es que no sabemos decir que no. Hemos desarrollado un gran vocabulario alternativo para nunca tener que dar una negativa. Evitar el ‘no’ es nuestra manera de ser amables y de darle un tono positivo a nuestra comunicación. Dentro de lo posible, siempre preferimos evitar un conflicto, disgusto o confrontación. Y para evitar el conflicto evitamos dar una respuesta negativa directa” [12].
Aquí la clave está en lo que el autor identifica como una “manera de ser amables”. En efecto, la sociedad mexicana valora especialmente la cordialidad, la amabilidad y los “buenos modales” en las relaciones cotidianas. Esto lo tienen presente muchos mexicanos al relacionarse con cualquier persona –conocida o desconocida- en la ciudad, y es algo que destacan no pocos extranjeros que han visitado, viven o han vivido en México, o que han conocido a mexicanos fuera de este país [13]. Entonces, es en relación con estas representaciones de amabilidad que deben evaluarse los mensajes verbales y no verbales que se intercambian en las interacciones sociales, independientemente del sentido literal o la “precisión” de las palabras o los actos. Observamos aquí una concepción del tiempo en la que el presente de la interacción tiene un valor en sí mismo. Apreciar esta interacción en su carácter ritual ayuda a entender que la importancia de ese presente reside en su densidad simbólica: como espacio y momento en el que se transmiten conceptos a través de códigos que remiten a representaciones de “amabilidad”, “cortesía” y “buenos modales”, mientras que el futuro pierde relevancia, por ejemplo cuando hay acuerdos o compromisos de por medio. Desde este enfoque, la resistencia a dar respuestas negativas (o la proclividad a dar respuestas positivas) es tan solo el aspecto más superficial del fenómeno. En su dimensión simbólica, esta pauta incluye varios sentidos, formas y usos: instrumental (“puede ser una forma de quitarse a alguien de encima sin ser grosero” [14]), como imperativo moral coercitivo (“es que nos da mucha pena decir que no” [15]; “tengo una dificultad terrible para decir que no; no puedo…” [16]), sentido de empatía (“siempre tomamos en cuenta al otro; nos preocupamos por los demás, por no molestar ni ofender, por llevarnos bien con la gente; eso me parece muy padre…” [17]), entre otros.
Al igual que en el caso peruano, queda aquí poco espacio para la “precisión” y la “falta de ambigüedad” en los acuerdos, mientras que el tiempo de la planificación a futuro (el de la racionalidad productiva) se subordina al tiempo inmediato de la interacción. Bajo este esquema, los sujetos no se preocupan demasiado por la “puntualidad”. Antes bien, lo más común en Perú y México es la tolerancia o expectativa de tolerancia frente a las demoras.
Podemos examinar éstos y otros aspectos de la diferencia entre el urbanita de Simmel y el latinoamericano a partir de algunas ideas y experiencias de Jürgen Golte, antropólogo alemán originario justamente de Berlín, quien lleva más de cuarenta años trabajando en Perú por sus investigaciones sobre la historia y la cultura andinas, y que antes ha realizado estudios también en México. Según Golte, el sujeto metropolitano del que nos habla Simmel corresponde a un contexto capitalista “industrial-productivo”, pero los rasgos básicos de su personalidad, asociados a una particular ética del trabajo (como la describe Max Weber), se podían observar en la cultura urbana prusiana ya desde inicios del Siglo XIX, e incluso antes, cuando se producía en pequeños talleres. Aquí es importante resaltar cómo el carácter industrial de la economía puede llegar a influir en la constitución mental del sujeto:
“Se dice que los alemanes son puntuales, pero esto no es un rasgo esencial. Los alemanes tienen que ser puntuales por necesidad y obligación, porque el tren que los lleva a la fábrica parte a una hora fija, porque las máquinas están programadas para trabajar con tiempos muy precisos. Simplemente no se puede parar la producción, y la gente tiene que ajustarse a eso. En invierno uno tiene que calcular cuántos segundos toma llegar de la casa al paradero que está a una cuadra, para poder tomar el bus en el momento justo y no morirse de frío en la calle. Todo esto se llega a interiorizar fuertemente en las personas. Yo tengo un reloj biológico que me levanta todos los días a las seis de la mañana en punto sin necesidad de despertador” [18].
Golte agrega que ese capitalismo industrial productivo es muy distinto del capitalismo predominante en el Perú, cuya economía funciona básicamente bajo esquemas “rentistas”. Como las rentas del capital o de la extracción de recursos naturales suelen quedar en manos de ciertas élites económicas y políticas, los que no forman parte de ese sector desarrollan estrategias para acceder a los recursos y las oportunidades. Por eso son tan importantes las redes de relaciones sociales y los vínculos con quienes están más cerca del poder. La gente necesita cultivar, cuidar y reforzar esas relaciones porque son una manera de posicionarse ventajosamente en una sociedad muy desigual. Esta pauta, aún visible hoy en Lima, tiene hondas raíces históricas. A diferencia de las “ciudades de productores” europeas, lugares como Lima y Cusco han sido principalmente “ciudades palacio”, es decir, centros de gobierno y administración, con jerarquías sociales muy marcadas, incluso desde mucho antes de la llegada de los españoles o de la economía mercantil capitalista. Como en otras “ciudades palacio” de Europa, Asia, etc., los sujetos en este contexto tienden a desarrollar estilos de comportamiento más cortesanos, pues el saber “quién es quién” en la pirámide social es más importante que su rol en los procesos productivos. Esto significa que los individuos, en sus interacciones, deben exhibir los atributos de su “rango”.
En un interesante ensayo sobre las prácticas de discriminación en Lima, el sociólogo Walter Twanama planteaba que en un encuentro típico entre dos peruanos que no se conocen, ambos realizan una “ecuación mental” en la que se evalúan mutuamente por el fenotipo, la apariencia física (incluyendo la vestimenta, los símbolos de prestigio, etc.), la forma de comportarse (modales), la manera de hablar (uso del castellano, acentos regionales), entre otros elementos, y tratan de inferir de este modo el origen social del interactuante, su nivel educativo, su lugar de procedencia, su estatus socioeconómico, etc., y de acuerdo a eso modulan su trato para con él [19]. En otras palabras, tratan de clasificarse para determinar la posición que cada quién ocupa en una estructura social desigual, cuyos mecanismos de exclusión regulan la competencia entre quienes aspiran a ubicarse mejor en la sociedad. Estas necesidades ayudan a entender por qué los limeños y peruanos en general han desarrollado una sensibilidad muy fina para percibir las diferencias de estatus social [20].
En relación con esto último, se ha estudiado también la cada vez mayor importancia que los peruanos atribuyen a la “educación” como indicador de posición social [21]. No es difícil trazar algunos paralelos entre esta figura y la relevancia que tiene en México el despliegue público de la propia “educación” a través de los “buenos modales”, y tampoco es difícil notar nuevamente la diferencia entre esta manera de verse unos a otros y aquella actitud “intelectual” y “calculadora” con la que el urbanita berlinés “juzga a sus abastecedores y a sus clientes [y] a las personas con las que está obligado a tener relaciones sociales”.
.
VISTA DEL ZÓCALO DE LA CIUDAD DE MÉXICO. Fuente: MEXICOMAGICO:ORG
VISTA DEL PALACIO DE GOBIERNO EN LA PLAZA DE ARMAS DE LIMA. Fuente: ELRINCONDEENSA:PE
Desencuentros culturales y formación de prejuicios
Las grandes urbes latinoamericanas de hoy son un terreno de diversidad y contactos interculturales. No es por eso raro que a veces surjan desencuentros, incomprensiones o tensiones en la comunicación, sobre todo cuando quienes interactúan manejan distintos ideales y definiciones de comportamiento y etiqueta social, así como también distintas maneras de concebir el tiempo. Por ejemplo, en algunas sociedades o grupos, más que la cordialidad o la cortesía, se aprecia sobre todo la franqueza y la sinceridad:
“En el trato entre alemanes, es común la noción de que ‘el que te critica es tu amigo’, pues si te critica es porque quiere que seas mejor; y por el contrario, puedes desconfiar del que te adula o no te señala tus errores, porque se le toma como alguien que quiere que sigas equivocado” [22].
En México, Perú u otros países de América Latina, hay muchos ámbitos en los que criticar o contradecir directamente a los demás puede llegar ser visto como muy “rudo”, o como una “falta de tacto”, pero ya vemos que entre los alemanes esto tiene que ver más con la claridad y la precisión. Incluso dentro de Europa, los alemanes de Berlín “piensan que los franceses hablan con muchos giros superfluos, en vez de explicar algo con la brevedad necesaria”. En esto parece haber alguna similitud con lo que Golte encuentra en Lima, donde –nos dice- “muchos son también muy enredados para no decir lo que piensan… [En el Perú] decir directamente lo que uno piensa puede ser problemático”. Por eso, “para un prusiano común y corriente lo de Lima sería casi inaguantable”, entre otras cosas porque está habituado a ser “muy preciso en lo que se dice, y muy preciso con la puntualidad” [23].
Sin embargo, las sociedades latinoamericanas no se “disuelven” en el “caos inextricable” que avizora Simmel ante la falta de “puntualidad” y “precisión”, y esto se debe a que funcionan básicamente con una racionalidad distinta. Mientras que los rasgos de personalidad del berlinés pueden resultar funcionales en una sociedad industrial, esas mismas características pueden ser disfuncionales en una sociedad que valora más las redes de relaciones sociales. El problema aquí es que si juzgamos el comportamiento de los latinoamericanos en general según un estándar europeo, entonces comenzaremos a advertir en ellos numerosas carencias, y los veremos como “informales”, “incumplidos”, “irracionales”, “impuntuales”, “imprecisos”, etc. Pero queda menos lugar para la formación de prejuicios y estereotipos si observamos sus comportamientos de acuerdo con las estructuras, necesidades y lógicas de sus propias sociedades, es decir, desde su propia racionalidad [24].
Conclusiones
Georg Simmel nos ofrece una excelente descripción de las características mentales del sujeto urbano berlinés de su época. Sin embargo, de la comparación con el urbanita latinoamericano se desprende que algunas de esas características se deben no precisamente al medio urbano moderno y su densidad poblacional (que él tendía a ver como co-factores causales de la constitución mental del urbanita), y ni siquiera al “capitalismo” o la “economía monetaria” (conceptos bastante amplios), sino sobre todo al carácter industrial de la economía en Berlín, muy asociado a una ética del trabajo que se desarrolló en Prusia y en otras partes de Europa desde mucho antes del boom industrial y urbano de Berlín de fines del Siglo XIX [25]. Es bajo estas condiciones que el individuo comienza a verse sujeto a la dictadura de un tiempo racionalizado en función de la producción y la planificación (privilegiando el orden, la precisión, la puntualidad, etc.)
En muchas ciudades de Perú, México y de otros países de América Latina, aún cuando existen grandes aglomeraciones urbanas y relaciones económicas capitalistas, la concepción y gestión del tiempo suele encajar en una racionalidad diferente, más social que productiva. Es por eso que, en varios sentidos, lo observado en las ciudades de México y Lima aparece como lo opuesto de lo que advierte Simmel en Berlín. En lugar de relaciones sociales dominadas por el intelecto y por actitudes distantes (o blasée), encontramos vínculos cargados de empatía, imperativos morales y elementos emocionales, guiados además por representaciones y definiciones culturales de etiqueta social tradicional, donde la forma del trato responde a necesidades dirigidas a la preservación y el fortalecimiento de los vínculos sociales. Éstos tienen un alto valor en sí mismos, y su gestión adecuada puede ser una condición relevante de éxito del sujeto citadino latinoamericano, un éxito que no viene definido solo por el mercado, económicamente, sino también en términos sociales y simbólicos: como prestigio frente a los demás y como una forma de demostrar la propia “educación”, siendo que en América Latina la “decencia” y la “educación” que se percibe en los demás son criterios importantes de jerarquización social.
Todo esto se da en América Latina incluso después de siglos de penetración capitalista en esta región del mundo. Pero si bien el capitalismo no ha desplazado algunos esquemas arraigados en la cultura y las estructuras sociales, sus conceptos y esquemas de racionalidad sí han servido y siguen siendo utilizados para evaluar el comportamiento social de los latinoamericanos. Producto de ello son las múltiples representaciones sociales estereotipadas que los muestran como “impuntuales”, “informales”, etc.
En tanto concepto analítico, el tipo ideal berlinés puede resultar útil para comparar y establecer diferencias entre distintas formas de personalidad urbanas, siempre que no se pierda de vista que se trata de solo una de muchas variantes posibles, asociada con condiciones históricas específicas. Pero si se le toma acríticamente como criterio para examinar una realidad casi completamente ajena al contexto en que surgió, existe el riesgo de asumir al tipo ideal como ideal normativo, es decir, como un patrón para juzgar y determinar las virtudes o carencias de los sujetos analizados desde esa lente (es en este sentido que hablo de una inadecuación de la teoría de Simmel para el análisis del mundo urbano de América Latina). Autores como Aníbal Quijano, Boaventura de Souza, Pierre Bourdieu y muchos otros han mostrado cómo, mediante este mecanismo, se produce la “colonización de las perspectivas cognitivas” [26], que en lo sustancial consiste en mirarnos a nosotros mismos desde los ojos de los europeos. Para conjurar este riesgo, considero que lo más apropiado sería construir conceptos a partir de la propia realidad social, y contrastarlos luego con otros modelos.
Referencias y notas
[1] El reino de Prusia logró la unificación del Imperio Alemán en 1871, haciendo de Berlín su capital. En ese año, la ciudad tenía 824.484 habitantes, que pasaron a ser algo menos de dos millones en 1900, y más de cuatro millones en 1925. Fuente: http://es.wikipedia.org – “Berlín – Historia” (Acceso: 17 de octubre del 2014).
[2] La Ciudad de México y sus áreas urbanas circundantes (en el Estado de México) tienen una población de más de 20 millones de habitantes, mientras que Lima alberga a unos 10 millones. Ambas ciudades se cuentan además entre las más modernas de América Latina. Nótense las grandes diferencias con la población de Berlín en 1900 (v. nota previa). Fuente: http://es.wikipedia.org (Acceso: 17 de octubre del 2014).
[3] Georg Simmel, “La metrópolis y la vida mental”, en M. Bassols et al. (comps.), Antología de sociología urbana. México, D. F.: UNAM, 1988 [c1903]. p. 3.
[4] Loc. cit.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Op. cit. p. 2.
[8] Op. cit. p. 5.
[9] No está de más reiterar que Simmel nos presenta un tipo ideal. No dice que los individuos sean todos así en la gran ciudad, sino que allí la gente tiende predominantemente a mostrar estos rasgos. De hecho, anota que “los tipos voluntariosos de personalidad –caracterizados por impulsos irracionales- no son por ningún motivo imposibles en la ciudad”, pero los ve más bien como marginales o poco frecuentes. También trata de identificar en otras ciudades algunas de las pautas que atribuye al berlinés, y habla por ejemplo de los efectos de la división del trabajo entre los habitantes de París, aunque no profundiza ese análisis; y reconoce también que históricamente han habido casos en los que la aglomeración urbana ha conducido a otros patrones sociales, distintos de los que él examina (refiriéndose a Atenas en la Grecia clásica).
[10] Jorge Bruce, “Júntala Nomás”, La República (Lima), 17/3/2014 (Acceso: 17 de octubre del 2014). En Perú, “hablamos” significa usualmente “hablamos después”, o “después vemos”.
[11] Susannah Rigg, "5 cosas que dicen los mexicanos para evitar decir 'no'", MatadorNetwork.com, 26 de setiembre del 2014 (Acceso: 17 de octubre del 2014), y de la misma autora, “13 diferencias entre un amigo normal y un amigo mexicano”, 5 de mayo del 2014 (Acceso: 17 de octubre del 2014). “¿Por qué los mexicanos no sabemos decir no sé?”, 2013 [producido por alumnos de la Universidad Panamericana] (Acceso: 17 de octubre del 2014). Yannina Thomassiny, “Por qué no sabemos decir: NO. Los mexicanos solo damos largas…”, Chilango.com, 11 de agosto del 2011 (Acceso: 17 de octubre del 2014). “Aprenda a decir NO…”, Cultura Ciudad de México [página de Facebook], publicación del 13 de octubre del 2014 (Acceso: 19 de octubre del 2014).
[12] Javier Escobedo, “Las negativas del mexicano”, 14 de enero del 2014 (Acceso: 17 de octubre del 2014).
[13] En las notas de campo de Robert Redfield para su clásico estudio sobre mexicanos en Chicago, luego de comparar sus patrones de comportamiento con los de otros grupos étnicos presentes en la ciudad, este autor anotaba que “Todos eran amistosos, bien comportados y decentes”.
[14] Joven mexicana, estudiante de posgrado y profesora en la Universidad Iberoamericana (conversación informal, mayo del 2014).
[15] Ibídem.
[16] Joven mexicana, estudiante de posgrado de la UNAM (reunión social, abril del 2014).
[17] Joven mexicano, egresado de la UNAM (reunión social, abril del 2014).
[18] Jürgen Golte, apuntes del curso de Antropología Urbana (2009), en el programa de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
[19] Walter Twanama, "Cholear en Lima", en Márgenes: Encuentro y Debate, no. 9, octubre de 1992, pp. 206-240.
[20] Ibídem. Esta sensibilidad para percibir las diferencias sociales puede ser vista también como una suerte de concreción del interés que movía a quienes en la época colonial elaboraban y divulgaban pinturas sobre las “castas” en la América Hispánica, que son casi idénticas en México y Perú. Al respecto, véase por ejemplo “Casta painting” y “Los cuadros de mestizaje del Virrey Amat: la representación etnográfica en el Perú colonial”. Lima: Museo de Arte de Lima, 2000.
[21] Mientras que actualmente en Lima se ha vuelto “políticamente incorrecto” emplear términos como “cholo”, “serrano” o “indio” para insultar a alguien, cada vez se usa más la palabra “ignorante” con el mismo fin. Sobre la importancia creciente de la educación, véase Patricia Ames, “¿La escuela es progreso?: antropología y educación en el Perú”, en No hay país más diverso: compendio de antropología peruana (volumen I). 2da ed. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2012. pp. 356-391.
[22] Jürgen Golte, comunicación personal, 2010.
[23] Jürgen Golte, comunicación personal, 17 de octubre del 2014.
[24] Sobre la formación de estereotipos, cabe citar aquí otro ejemplo reciente sobre Brasil, a propósito de una “guía” divulgada por la FIFA (con sede en Suiza) con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol del 2014, y que debió ser retirada por las reacciones surgidas ante ciertas afirmaciones controversiales: “1- Los brasileños ‘no saben decir que no’. Si te dicen ‘sí’, puede significar ‘quizás’. Y si te dicen que te llaman en cinco minutos no esperes que lo hagan. 2- Cuando alguien te cite en un lugar determinado, no esperes encontrarlo. Son informales. No son serios.” Juan Arias, “Para la FIFA, los brasileños ‘no son serios’ ”, El País, 25 de marzo del 2014 (Acceso: 18 de octubre del 2014).
[25] Max Weber, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. 2a ed. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2011.
[26] Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: CLACSO, 1993. pp. 201-246.
GuardarGuardarGuardarGuardarGuardarGuardar